viernes, 30 de mayo de 2008

Frente al espejo...




Era la quinta noche de mal sueño. Mayo llegaba a su fin. La lluvia no lograba alcanzarla y la luna cómplice se encargaba de mantener las estrellas en el cielo. Scheherezade estaba cansada. Las dulces pesadillas que la visitaban por la noche ocupaban la mayor parte de sus pensamientos.
En el día somnomolienta y crispada era incapaz de concebir y terminar ninguna historia. El sultán estaba disgustado.
Sentada frente a la espejo peinaba su larga y negra cabellera. De cuando en cuando se detenía y la veía con asombro. Por ratos su cabello semejaba quietas y profundas aguas, por ratos redes o tentáculos. Quería cortarlo de raíz como símbolo de los tiempos caóticos que vivía y que no podía explicar. No sabía si estaba agobiada, aburrida, triste, enojada, decepcionada o todo junto. No quería gritar, no quería llorar, no quería preguntar, no quería saber. ¿Tal vez quería olvidar? ¿Tal vez realmente lo que le apetecía no era corta su cabello si no decenas de cabezas?
Arrancarlas de tajo de los cuerpos inútiles que las sostenían. Hacer con ellas lámparas y que de ojos y boca saliera la luz. Momificarlas, embalsamarlas, decorarlas, peinarlas, convertirlas en cabeza de títeres. O simplemente catalogarlas y guardarlas en un armario al fondo...


Tan sólo con pensarlo sintió alivio...Eso era. Quería cortar cabezas, verlas rodar. Aunque realmente no las quería todas solo una. TAN SÓLO UNA.


Suspiró y cerró los ojos. La noche cayó. Al abrirlos nuevamente vio que lo único refulgente en la habitación era ella, sus cabellos ahora eran fuego, su mirada también. Ella misma era un carbón, una llama, la mismísima magma del centro de un volcán a punto reventar el recinto que la aprisionaba.




Por fin comprendió que todo era un mal del EGO y lo único que lo curaría era escribir una historia donde al final la protagonista con su blanca mano tomara una espada e hiciera rodar una cabeza...TAN SÓLO UNA.




Esa noche en palacio muchos fueron testigos del rojo resplandor que salía de la habitación de la princesita. Preocupados no pudieron pegar un ojo mientras ella por fin pudo dormir plácidamente con una sonrisa en el rostro.



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