La casa verde, grande de la esquina era la de mi tía. Todos los de la Vega vivían en el mismo sector. El patio central servía como centro de reuniones y los dormitorios-recovecos-laberintos se distribuían a su alrededor. En ninguna estancia faltaba un símbolo religioso. Afuera unos balcones-adorno protegían la casa. Varias puertas estrechas de madera franqueaban las entradas por la calle y la avenida. Uno portón un tanto desvencijado permitía la entrada al garaje.
Ayer por la noche una vez más papá nos visitó en sueños a los tres hermanos, en diferentes, metáforas oníricas. Por su naturaleza el fue padre de muchos. Acogía en la casa y les daba trabajo a sus sobrinos para que pudieran venirse a estudiar a la capital o cuando estaban en una época difícil les daba una mano. Así mi casa tanto en Barberena como en la ciudad fue una casa de familia. Abierta para todo el que quisiera llegar. Allí no faltaba una buena comida, una cama, un buen consejo o una “puteada” cuando fuera necesaria pero sobre todo un calor de hogar.
En la mañana amanecí con el entrecejo fruncido, llamé a mi hermana y me dijo que también había soñado con papá. Bajando las escaleras mi hermano me dijo asesinaron a “Paco” qué paco le pregunté frunciendo más el seño. A Paco ya Jahir, los entraron a matar. Lo extaño es que Jahir no vívia allí, estaba de visita. En ese momento me senté en un escalón y sentí o mejor dicho imaginé la angustia de su muerte. Su fragilidad, el miedo de ver a sus asesinos y encontrarse indefensos. Lo que sintieron al ver que se les escapaba la vida. Los sueños que no cumplieron, las palabras que hubieran querido decir.
Después vino a mí el recuerdo de mis primos, mi sangre en la casa. Sentí otra vez el grito del mohicano aullando en la pradera-casa-iglesia-ciudad-habitación. Clamando por los rastros de humanidad que se escapaban. Papá decía que para morir nacemos. He escuchado cientos de veces en cualquier servicio religioso que morir es vivir, o que la muerte se natural. En la niñez no lo entendía y trataba de conjurar un hechizo para que le aquejara ese mal a nadie. En la adolescencia lo olvidé un poco hasta que me golpeó a los 14 con la muerte de mi abuelito. Alos 21 años la viví sin resignación y con ira cuando murió mi padre, a los 28 cuando murió me abuela, un hijo y el hombre que yo creía pasaría el resto de mi vida. Hoy casi siete año después cuando parecía que ya me estaba congraciando o por lo menos madurado el concepto. Siento tristeza seca, me duele el cuerpo y siento rabia. Creo que no es por la muerte sino por la forma de morir. “cómo perros” me dijo mi hermana… usando esa expresión que quiere demostrar indolencia.
Paco, tuvo dos esposas, dos hijos a quienes jamás volvió a ver. Era guapísimo, trabajador, simpático, galán, alejado de problemas, entregado a su familia. Tal vez este año cumpliría 50. No sé.
Jahir, tal vez 28 o 30. Su madre murió al parirlo, y ese fue su estigma. Lo venció y se convirtió en resumen en un hombre de bien.
Hoy los velamos y sentimos su terrible muerte. Llenos de angustia y de tristeza. Con miedo. Regresamos a la casa verde, grande de esquina… Mis hermanos y yo viajamos juntos como otras tantas veces al lugar donde crecieron nuestros abuelos y padres. Donde nosotros mismos nos formamos. A la tierra donde están enterrados los mohicanos y con grito sordo les pedimos que reciban a estos dos nuevos miembros. Papá seguramente estaba diciéndonos que la casa estaba abierta, como siempre.
Ayer por la noche una vez más papá nos visitó en sueños a los tres hermanos, en diferentes, metáforas oníricas. Por su naturaleza el fue padre de muchos. Acogía en la casa y les daba trabajo a sus sobrinos para que pudieran venirse a estudiar a la capital o cuando estaban en una época difícil les daba una mano. Así mi casa tanto en Barberena como en la ciudad fue una casa de familia. Abierta para todo el que quisiera llegar. Allí no faltaba una buena comida, una cama, un buen consejo o una “puteada” cuando fuera necesaria pero sobre todo un calor de hogar.
En la mañana amanecí con el entrecejo fruncido, llamé a mi hermana y me dijo que también había soñado con papá. Bajando las escaleras mi hermano me dijo asesinaron a “Paco” qué paco le pregunté frunciendo más el seño. A Paco ya Jahir, los entraron a matar. Lo extaño es que Jahir no vívia allí, estaba de visita. En ese momento me senté en un escalón y sentí o mejor dicho imaginé la angustia de su muerte. Su fragilidad, el miedo de ver a sus asesinos y encontrarse indefensos. Lo que sintieron al ver que se les escapaba la vida. Los sueños que no cumplieron, las palabras que hubieran querido decir.
Después vino a mí el recuerdo de mis primos, mi sangre en la casa. Sentí otra vez el grito del mohicano aullando en la pradera-casa-iglesia-ciudad-habitación. Clamando por los rastros de humanidad que se escapaban. Papá decía que para morir nacemos. He escuchado cientos de veces en cualquier servicio religioso que morir es vivir, o que la muerte se natural. En la niñez no lo entendía y trataba de conjurar un hechizo para que le aquejara ese mal a nadie. En la adolescencia lo olvidé un poco hasta que me golpeó a los 14 con la muerte de mi abuelito. Alos 21 años la viví sin resignación y con ira cuando murió mi padre, a los 28 cuando murió me abuela, un hijo y el hombre que yo creía pasaría el resto de mi vida. Hoy casi siete año después cuando parecía que ya me estaba congraciando o por lo menos madurado el concepto. Siento tristeza seca, me duele el cuerpo y siento rabia. Creo que no es por la muerte sino por la forma de morir. “cómo perros” me dijo mi hermana… usando esa expresión que quiere demostrar indolencia.
Paco, tuvo dos esposas, dos hijos a quienes jamás volvió a ver. Era guapísimo, trabajador, simpático, galán, alejado de problemas, entregado a su familia. Tal vez este año cumpliría 50. No sé.
Jahir, tal vez 28 o 30. Su madre murió al parirlo, y ese fue su estigma. Lo venció y se convirtió en resumen en un hombre de bien.
Hoy los velamos y sentimos su terrible muerte. Llenos de angustia y de tristeza. Con miedo. Regresamos a la casa verde, grande de esquina… Mis hermanos y yo viajamos juntos como otras tantas veces al lugar donde crecieron nuestros abuelos y padres. Donde nosotros mismos nos formamos. A la tierra donde están enterrados los mohicanos y con grito sordo les pedimos que reciban a estos dos nuevos miembros. Papá seguramente estaba diciéndonos que la casa estaba abierta, como siempre.
Francisco de la Vega Flores
Jahir de la Vega C.
Junio 1 2009
Junio 1 2009
1 comentario:
Hola Loren. Siento mucho lo de tus primos, mi hermana me conto. Creo que siempre es dificil hacer las pases con la muerte venga como venga. Un abrazo enorme y recorda que te quiero mucho.
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